LA FOTOGRAFÍA NO ES NI ANALÓGICA NI DIGITAL

SERIE «EL ABOGADO DEL DIABLO» (I)

Desde la aparición del daguerrotipo, en 1839, la fotografía se ha fijado sobre tal cantidad de soportes y ha utilizado tantas sustancias químicas que no hay espacio suficiente en este artículo para enumerarlas todas. Hasta la aparición de los soportes plásticos para los negativos (nitrato de celulosa, poliéster…) y más tarde de los sensores digitales, la fotografía ha utilizado, entre otros elementos y materiales, bromuro de plata, oxalato férrico, placas de vidrio, sales de cromo, bicromato de potasio, mercurio, oro, albúmina, ácido nítrico, papel sensibilizado, sales de platino, ácido sulfúrico, éter, cloro, goma arábiga, etc. Así pues, podríamos decir que, hasta la fecha, la fotografía ha sido argéntea, férrica, vítrea, potásica, gomosa, sulfúrica, nítrica, cristalina, metálica, plástica, oxálica, albuminosa, bicromatada…

Ya lo sé: es absurdo. Todas esas sustancias y componentes remiten a una parte muy concreta del proceso: aquel encargado de captar y fijar la imagen. Y dedicarse a realizar fotografías es algo mucho más amplio. En realidad, la tecnología hace ya tiempo que logró fijar imágenes sobre cualquier soporte físico; por eso la utilización de apellidos como “analógica” o “digital” no hacen sino empobrecer la verdadera naturaleza de la realización de fotografías. Una esencia que va mucho más allá de los ingredientes de una fórmula concreta o la composición de un papel determinado. La fotografía no es ni analógica ni digital; en todo caso es una predisposición, un estado de ánimo, una manera de relacionarnos con el mundo, un mecanismo de autoafirmación, una forma de dar sentido.

La fotografía puede ser, si acaso, estática o dinámica. La primera categoría busca la seguridad, rechazando la duda y el análisis, mientras la segunda sabe que preguntar es la base del crecimiento creativo. La fotografía estática se agota en su búsqueda de certezas, mientras la dinámica hace del interrogante la base de su evolución. La primera, por tanto, rechaza las fatigas de la incertidumbre y el ejercicio de la autocrítica; mientras la segunda se adentra en las intrincadas selvas de lo desconocido y fomenta una predisposición activa hacia la generación de interrogantes. Podríamos decir que la fotografía estática concluye con el inmovilismo creativo, mientras la dinámica culmina, a veces, en la mística.

La fotografía podría, en cierta manera, ser impulsiva o meditada. La primera remite a un acto impetuoso, algo efusivo, brusco. La segunda se refiere a un proceso estudiado, lento, reflexivo. La fotografía impulsiva se basa en el “aquí te pillo, aquí te mato”, en la rapidez y los reflejos. La fotografía meditada no busca tanto el momento decisivo como esa encrucijada entre lo visto y lo vivido; entre el presente y la memoria. La primera encuentra el placer en los instantes inesperados; mientras la segunda lo descubre en esa suspensión temporal que crea la previsión del “cómo” con el análisis del “porqué”. La fotografía impulsiva se basa en un proceso mecánico y repetitivo que santifica la cantidad; la fotografía meditada, por el contrario, huye de las pautas fijas y persigue una imagen que muestre, más que un instante único, una proyección de lo interior en lo exterior.

La fotografía se podría calificar, claro que sí, como conceptual o retiniana. La primera gira alrededor de la idea que genera la imagen; mientras la segunda da más valor al aspecto formal de la obra. La fotografía conceptual pretende que la historia, el dilema o la experiencia que busca reflejar el autor constituyan la parte fundamental de la obra, dejando a la estética en un segundo (o tercer) plano. La retiniana, en su caso, asume que lo que aparece en la imagen es importante, incluso más que el discurso que precede a la captura. La primera no intenta crear un artefacto destinado a la observación, sino más bien una obra de marcado carácter racional destinada al intelecto; mientras la segunda deja al concepto en un segundo plano y ofrece una experiencia visual que intenta llevar al espectador a un lugar más allá de la lógica y las ideas. La idea por encima del objeto o la vista como medio prioritario para penetrar en la psique del espectador.

La fotografía puede ser también sensible o puramente descriptiva. La primera busca un estado de ánimo porque surge de ciertos sentimientos; mientras la segunda se afana en que lo que aparezca en la obra sea fiel a lo que vieron los ojos del autor. La fotografía sensible (por llamarla de alguna manera) surge de una emoción y busca que el observador sienta algo, si no igual, al menos parecido. La fotografía descriptiva acepta que el mundo es suficientemente interesante como para mostrarlo tal y como solemos verlo. La primera cree que no hay nada tan profundo como transmitir un sentimiento a través de una imagen; mientras la segunda busca en la fidelidad al original su razón de ser. El sustrato emotivo como fuente de inspiración y vehículo de transmisión, frente a la objetividad de un retrato lo más exacto posible de una realidad convertida en modelo revelador.

En realidad, la fotografía puede ser muchas más cosas porque esto ha sido una pequeña simplificación para demostrar que lo importante en la fotografía no es cómo se fija y los materiales que la hacen tangible, sino el autor que está detrás de un proceso mucho más extenso, complejo, particular y psicológico que la física detrás del sensor de una cámara. La fotografía puede ser lo que queramos porque brota precisamente de nosotros y el autor es la materia prima de la que surgen sus imágenes.

De todas formas, los más perspicaces dirán que no todo es cuestión de blancos o negros, que la fotografía, como la vida, está repleta de grises, de matices intermedios. Que no hay obras solo conceptuales o solo impulsivas; que detrás de cada imagen hay algo de sentido, de belleza y de razón. Que es imposible que alguien haga fotos de una única manera, sea estática, impulsiva, sensible, meditada o descriptiva. Que no puede ser que haya o fotógrafos estáticos o fotógrafos dinámicos. Imposible dividirnos en impulsivos o meditabundos. Que es un disparate pretender trazar una línea entre los autores emotivos y los impasibles. Que sería una barbaridad pretender que los fotógrafos que no enfatizan los sentimientos en sus creaciones son personas insensibles. Una absoluta tontería.

Y tienen toda la razón del mundo. Todos hemos sido, según la época de nuestra vida, impulsivos, dinámicos, reflexivos, estáticos, sensibles y hasta descriptivos. Y nuestras fotos, por tanto, tienen esa mezcla, ese devenir, esa variabilidad. Seguro que no hay imágenes “puras” igual que no hay seres humanos “puros”, porque estamos contaminados de lo que nos rodea, somos contradictorios por naturaleza y fluctuamos según el día, la época del año, la edad o lo que hayamos comido ese día.

Seguro que la fotografía podrá ser estática, reflexiva, sensible o conceptual. Incluso algo de todo ello a la vez, pero nunca analógica o digital porque la creación de imágenes debería trascender los materiales y las sustancia químicas.

(Este artículo se publicó en la web de AlbedoMedia como parte de la serie “El abogado del diablo”)

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