SERIE “PARA MEDITAR SOBRE LA ENSEÑANZA FOTOGRÁFICA” (XII)
Hace tiempo que desde la pedagogía se viene afirmando la conveniencia de lo artístico para el desarrollo integral de la persona, quizá porque, tal y como decía Picasso, todos los niños nacen artistas. Es obvio que esto no tiene base para convertirse en una condición inapelable que justifique la enseñanza de la fotografía, pero más allá del pensamiento del pintor malagueño, el arte –y con él la fotografía– ha sido ampliamente aceptado como un espejo donde se refleja el universo del creador y por ello proporciona un acceso a nuestros procesos inconscientes. Aceptado además como un lenguaje simbólico de tremendo poder emotivo, una experiencia que fomenta la búsqueda desde diferentes perspectivas y la utilización de enfoques diversos, un ejercicio que nos facilita la aproximación estética al mundo que habitamos y una vivencia que estimula también, como muchas otras actividades, la capacidad creativa de la persona.
Solo por estas cosas –hay más– merece la pena enseñar fotografía, aunque sea como medio instrumental para crear imágenes. El caso es que aun siendo cierto eso de que de pequeños todos somos artistas, hay demasiadas cosas que si no se enseñan y no se promueven quedarán enterradas en el baúl de las potencialidades perdidas. Así pues, podríamos decir que enseñamos fotografía para saber crear imágenes reveladoras y expresivas –por ejemplo–, pero también para desarrollar aspectos de la persona que no se estimulan desde otros ámbitos de la escuela.
Partamos de la base de que la apreciación del arte visual, la creación de imágenes significativas y la comunicación a través de éstas son actividades complejas que no emergen de forma espontánea –y por tanto no son consecuencia directa de la madurez–, sino que requieren de preparación, determinadas habilidades y cierta experiencia para desarrollarlas de forma mínimamente satisfactoria. Incluso cuando el aprendizaje se hace por uno mismo –autodidacta–, un buen número de esas habilidades se consiguen después de bastantes años y a veces ni siquiera de manera completa. Por ello, la enseñanza de la fotografía no es una tarea sencilla pues en general no se resuelve solo con el manejo de la herramienta. La cámara es solo parte de una actividad más compleja que nos posibilita, como ya hemos visto, conocimiento, expresión, comunicación y análisis.
Precisamente, uno de los campos que atiende la filosofía se encuentra en las distintas maneras que tenemos de aprehender la realidad, es decir, las formas que nos permiten un conocimiento del mundo, entre los que estarían el modo discursivo y el no discursivo. El primero se basaría en el método científico, la lógica y los ámbitos de investigación que proceden mediante el lenguaje verbal y escrito, ofreciendo un conocimiento sistemático y racional. El segundo de ellos se apoya en la intuición, el pensamiento simbólico y las emociones, ofreciéndonos un tipo de conocimiento “sensible” que es más difícil de comunicar y de expresar a través del lenguaje. El arte es un ejemplo perfecto de este último caso, y dentro de él la fotografía asume todas las características de ese lenguaje simbólico, intuitivo y emocional que transforma la realidad en un código que está en el extremo opuesto del conocimiento matemático y que se resiste a menudo a ser encorsetado dentro de un discurso meramente lingüístico.
Enseñar fotografía es, por tanto y sobre todo, enseñar otro lenguaje; uno que no sigue las mismas pautas de la expresión verbal o escrita. Un lenguaje simbólico donde las imágenes creadas conforman un tapiz tremendamente heterogéneo de la realidad –la interior y la exterior– pero también y en especial de nosotros mismos. Siendo la fotografía una actividad cognitiva, de exploración y comprensión de la realidad, es asimismo un acto emotivo que no hace sino ampliar el ámbito del conocimiento discursivo. Y precisamente porque las fotografías que realizamos son en gran medida reflejos del subconsciente, lo amplía hacia el terreno de la percepción visual, la contemplación estética, la experiencia sensible y la expresión no verbal de determinados estímulos.
Enseñar fotografía es mostrar la utilización de una serie de útiles que nos capaciten para realizar imágenes dignas, interesantes y de las que podamos estar orgullosos. Pero también supone ayudar a construir imágenes mentales –visualizar– y que los alumnos adquieran las sensibilidades y conocimientos necesarios que les permitan experimentar de forma significativa una obra fotográfica en los planos estético y conceptual.
Enseñar fotografía es demostrar que las imágenes creadas son hijas de nuestro tiempo, de la cultura en que vivimos y la sociedad que nos acoge y nos alimenta. Que la apreciación visual y la creatividad requieren también el desarrollo de la inteligencia, la capacidad de trabajo, el análisis y la concreción formal. Revelar que la mano depende de la cabeza, el pensamiento de la emoción y la lógica a veces del corazón. Que para ser buen fotógrafo no hay por qué separar lo manual de lo sentimental.
Implica enseñar a comunicar a través de imágenes pero también a transmitir una serie de significados que exceden el discurso verbal. Imágenes que no son casuales, que pueden expresar aspectos más o menos íntimos del autor y que producirán un tipo de respuesta diferente en cada espectador que las contemple.
Así pues, enseñar fotografía implica que los estudiantes aprendan a crear buenas imágenes, atractivas, poderosas, coherentes, con mensaje, vendibles y/o creativas. Para que sean, se da por hecho, mejores fotógrafos. Sin embargo, creo que aún hay más razones que pueden responder a la pregunta que titula este artículo.
Y es que se puede igualmente formar fotógrafos para que sean reflexivos, pacientes y no se rindan ante las primeras dificultades. Para desarrollar su sensibilidad estética, su capacidad de cuestionarse las cosas y su creatividad. Para educar su percepción visual, su destreza analítica y su manera de apreciar el trabajo de los demás. Para enriquecer su experiencia visual, su conocimiento de sí mismos y su propia vivencia del mundo que les rodea. Para profundizar en sus motivaciones, sus sentimientos y sus sueños. Para hacer volar su imaginación, su autoestima y su confianza en la obra que realizan. Se puede enseñar fotografía incluso para que también puedan llegar a ser, por qué no, mejores personas.
Obviamente no es obligatorio hacer todo esto, faltaría más. Son posibilidades y cada docente decide el qué y el cómo. Pero siendo la fotografía una disciplina tan compleja, tan amplia, tan rica en matices y tan sutil, sería una lástima no coger algo de todo lo anterior e introducirlo en nuestro programa educativo.
Muchas gracias por asistir y buena suerte.
(Este artículo se publicó en la web de AlbedoMedia como parte de la serie “Notas para meditar sobre la enseñanza fotográfica”)