SERIE “PARA MEDITAR SOBRE LA ENSEÑANZA FOTOGRÁFICA” (X)
Por lo general, los seres humanos vivimos inmersos en una gigantesca red de influencias mutuas en la que unos somos ejemplo para otros, de forma que nos pasamos la existencia siendo maestros y discípulos dependiendo del momento y la situación. Somos, por tanto, educadores y aprendices a partes iguales, y podríamos incluso llegar a afirmar que estamos más tiempo aprendiendo que enseñando. La actividad educativa que desarrollamos siempre produce algún tipo de impacto en otros, nos demos cuenta de ello o no. En este sentido, las revisiones de porfolios y los análisis de trabajos fotográficos nunca son neutros y siempre tienen consecuencias, de manera que no deberíamos subestimar el poder que pueden ejercer los juicios hechos acerca de las creaciones de los demás. Al fin y al cabo, no se puede evolucionar como docente si al mismo tiempo no se está dispuesto a aprender.
El análisis de trabajos ajenos es una actividad formativa en la medida en que se intenta instruir a personas para que desarrollen sus talentos fotográficos. Nuestros juicios son importantes porque hay autores que se los tomarán muy en serio. Analizar la obra de otra persona siempre es una cuestión delicada pues en ocasiones lo que digamos puede resultar en acicate o en freno para su proceso creador, influyendo en cómo percibe su habilidad creadora y/o la validez del propio trabajo realizado. Por eso mismo, antes de lanzarnos por las bravas a las turbias y profundas aguas del océano evaluativo deberíamos preguntarnos seriamente si lo que deseamos producir es evolución o desánimo.
Primer aviso: cautela, empatía y respeto.
Considerando que –afortunadamente– no existe una única lectura de una imagen dada, podría decirse que el significado de una fotografía es la que quiera otorgarle su creador, pero nos encontramos con que la interpretación de un signo reside también en su uso. Puesto que la naturaleza humana es biológica pero igualmente simbólica, el sentido de las obras se halla además en las relaciones que se generan con los espectadores, que son quienes en última instancia las filtran a través de su particular sistema de valores y significaciones.
Sería bueno, por tanto, abandonar la creencia de que, gracias a nuestro currículum plagado de inauguraciones, premios y distinciones, las imágenes que se nos muestran van a abrirse a nosotros desvelando al instante su significado. Es ingenuo –cuando no inmaduro– pensar que el haber creado muchas imágenes y haber visto otras tantas nos capacita de forma automática para analizar y evaluar un trabajo ajeno con respeto, sensatez, lógica y cierta objetividad.
Segundo aviso: somos subjetivos e imperfectos, así que aunque llevemos cincuenta años haciendo fotos, no lo sabemos todo.
Cada obra sería como una burbuja que cada observador hace estallar según sus gustos y convicciones. Bill Jay y David Hurn están convencidos de que no existe un significado único para ninguna de ellas. Entonces ¿de qué depende la interpretación de una fotografía? Los dos artistas, fotógrafos empedernidos, hacen una lista casi interminable: del entorno social y edad del espectador, el contexto en el cual es vista la imagen, la reputación del creador, la diferencia cultural entre autor y observador, de nuestras experiencias previas, las convenciones sociales propias de cada cultura, el sustrato emocional, los tabúes que tenemos…
Analizar un trabajo ajeno significa intentar dejar de lado determinados vetos, lograr bajar ciertas barreras relacionadas con nuestros prejuicios e implicamos en la experiencia de su percepción. Así, podremos llegar a entrever aspectos del mismo que de lo contrario serían completamente invisibles a nuestro juicio y a nuestra mirada. Nos guste o no, cada proyecto tiene sus propios criterios. ¿Se ajusta la idea con la estética elegida? ¿Las imágenes reflejan el espíritu del trabajo? ¿Está lo que persigue el creador, o dice perseguir, en sus fotos? ¿Conversan bien las obras entre ellas? ¿Se pretende transmitir un concepto, una historia o un sentimiento? ¿Cómo encaja el proyecto presente en el contexto de los otros trabajos del autor? ¿Aporta algo nuevo a su discurso, a su estilo, a su manera de hacer? Hay más preguntas y ninguna tiene que ver con si nos agrada, entendemos o estamos de acuerdo con lo que juzgamos.
Una vez fuera de nuestra burbuja y en sintonía con la perspectiva del propio creador, dejan de tener importancia los gustos y las manías porque no podemos analizar correctamente la obra de otros con los mismos filtros con los que enjuiciamos la nuestra. En este sentido, decir “me gusta” o “me disgusta” es como no decir nada; no ofrece alternativas para discutir y ninguna posibilidad de aprendizaje para quien ha realizado la obra. Cuando expresamos nuestras preferencias dejamos de opinar sobre lo que tenemos delante para hablar de nosotros, y éste nunca debería ser el objetivo. Se trata de ser capaces de evaluar lo que tenemos delante, no lo que nos gustaría ver. Así pues, el trabajo de los críticos no está en mostrar su aprobación o desaprobación sino sobre todo en ayudar a que otros vean la obra de una forma más completa.
Tercer aviso: no se trata de gustos.
Hay que asumir que la revisión de un porfolio no es solo para dar nuestra opinión –esto lo puede hacer cualquier persona de la calle–; es más bien para ser capaces de trazar un pequeño mapa que pueda guiar al propio creador hacia un destino más visible, menos tópico y algo más ingenioso. Si no tenemos cuidado y emitimos afirmaciones basadas solamente en nuestras propias necesidades, podemos guiar al fotógrafo no hacia la expresión de su universo interior, sino hacia un camino que refleje el nuestro. Su obra es el resultado de un exclusivo desarrollo emotivo y mental que debemos intentar hacerlo algo más transparente y fructífero, iluminando un poco mejor su propio proceso creativo y añadiendo algo de coherencia al viaje que ha iniciado. Cuando la crítica es coherente y responsable, ayuda a ver de forma más clara.
Es necesario tener en cuenta que un mismo porfolio revisado por tres personas distintas puede dar lugar a tres juicios completamente dispares, pero también que los veredictos emitidos por un mismo fotógrafo cambien según la edad, el estado de ánimo, la época del año o aspectos mucho más íntimos de su vida. Precisamente porque nuestro juicio no es indiscutible, sería buena idea inculcar en los estudiantes cierta prudencia respecto a las críticas emitidas en relación a su obra, de manera que los consideren importantes pero nunca decisivos.
Analizar la obra de otro es algo realmente complejo. De hecho, los grandes maestros no necesariamente han de saber más sobre la crítica de imágenes que muchos fotógrafos absolutamente desconocidos. Por su parte, nuestros viejos amigos Bill Jay y David Hurn hacen hincapié en que el hecho de que un autor sea respetado no significa en absoluto que sea capaz de hablar con mayor coherencia que otros sobre las fotografías de los demás. Y además tienen claro que los buenos críticos de fotografía son mucho, mucho más inusuales, que los buenos fotógrafos(1).
Último aviso: que a nadie se le olvide esta última observación de Bill y David.
(1) David Hurn y Bill Jay, On looking at photographs, LensWork Publishing, Anacortes, 2000, pág. 87
(Este artículo se publicó en la web de AlbedoMedia como parte de la serie “Notas para meditar sobre la enseñanza fotográfica”)