SERIE “PARA MEDITAR SOBRE LA ENSEÑANZA FOTOGRÁFICA” (VI)
A la pregunta de cuál es la tarea básica de un fotógrafo, probablemente responderíamos que su trabajo más importante consiste en realizar fotografías. Sin embargo, hace mucho tiempo que dejamos de ser los únicos creadores de imágenes, así que una de las cosas fundamentales que caracteriza al fotógrafo que desea realizar un trabajo menos tópico, es precisamente los interrogantes que se propone, pues el cuestionamiento de lo que hace es lo que puede conducirle a la madurez creativa.
Podría afirmarse que como autores nuestra tarea más decisiva es preguntarnos. Al fin y al cabo, una persona que se plantea nuevos interrogantes es una persona que puede avanzar creativamente porque la esencia de la fotografía está siempre en un interrogante; en esa pregunta que quizá se hace la persona acerca de lo que puede o no resultar significativo: ¿qué hay en todo lo que veo que merezca la pena ser salvado?
Todo proceso creativo comienza siempre con una cuestión acerca de qué puede hacerse que uno no haya hecho antes. Alguien que nunca se interroga sobre lo que ha realizado, es prácticamente imposible que produzca algo original. Alguien que no se plantea por qué así y no de otra forma, cómo podría mejorarse un proyecto concreto o qué puntos de vista no se han utilizado, es difícil que salga de los patrones utilizados y explore nuevas vías. Una persona que se interroga antes de decidir está mucho más abierta a la información circulante que aquella que simplemente actúa por impulso sin apenas reflexionar. Pero este preguntarse, además de expandir nuestro catálogo de posibilidades, favorece también la aparición de nuevas ideas, así como la capacidad de reflexión y el sentido crítico. El científico e investigador Jorge Wagensberg lo ha condensado de forma extraordinaria en una sola frase: “Cambiar de respuesta es evolución. Cambiar de pregunta es revolución.”
Una frase que tiene una justificación, a mi modo de ver, irrefutable: la tecnología caduca pero las buenas preguntas no. La filosofía es una buena prueba de ello. Metidos ya en el siglo XXI, la disciplina que busca la sabiduría y una comprensión de las causas de aquello que nos atañe como especie, sigue dándole vueltas a muchas de las preguntas con las que nació como ciencia. ¿Quiénes somos realmente? ¿Qué sentido tiene la existencia? ¿Cuál es el origen de la moral? ¿Es posible un conocimiento científico de la realidad? ¿Existe de verdad el alma? ¿Cómo alcanzamos la verdad?…
La fotografía también tiene sus propias cuestiones “fundamentales”, que curiosamente no tienen tanto que ver con cuándo salgo, con quién viajo, qué equipo llevo, dónde voy o cómo me traslado. Tienen que ver más bien con preguntas de otro tipo: ¿Por qué y para qué hacer fotos? ¿Quiero expresar una idea o narrar una experiencia? ¿Elijo realmente los motivos que fotografío, o me eligen ellos a mí? ¿Soy de verdad consciente de lo que hay de mí en mis fotos? Hay más, pero aquí no se trata de hacer un listado exhaustivo.
Es importante aclarar a los estudiantes que este interrogarse sobre lo que hacen y dejan de hacer no es un capricho, sino que puede significar un paso muy importante en su evolución como fotógrafos. Y que este cuestionamiento habrá de girar muchas veces alrededor suyo, porque al final los héroes de su proceso creativo son ellos Un cuestionamiento que será todo lo profundo que deseen y estará referido, por tanto, a qué propósito buscamos con nuestras obras, qué anhelamos reflejar en ellas, cómo queremos plasmarlo en imágenes o hacia dónde deseamos dirigir los esfuerzos creativos. El análisis y el pensamiento crítico que fomentan ciertas preguntas pueden permitirnos establecer relaciones insólitas, yendo más allá de lo evidente y generando diferentes formas de buscar información para, finalmente, ofrecer soluciones alternativas y originales. Como docentes deberíamos ayudar a que la reflexión sea para los futuros fotógrafos un instrumento tanto o más importante que la propia cámara.
Además, preguntarse supone una postura activa frente a la pasividad de esperar una respuesta. Las nuevas cuestiones nos abren un abanico a veces ilimitado de posibilidades y permiten salirse de los terrenos acotados que muchas respuestas nos ofrecen. Dicen que no hay no hay atajo más inútil para la creatividad que recorrer el camino a través de las respuestas de los demás. Y si es así es porque esas mismas contestaciones ofrecen un recorrido con un único destino: la solución de otro. Una solución valorada desde otra vida, pensada desde otras expectativas, expresada con otros códigos y desarrollada con otra sensibilidad.
Así pues, mientras las respuestas de los demás tienden a ser cerradas, las preguntas, por el contrario, pueden tener a menudo tantas réplicas como personas haya planteándose esos interrogantes, así que se convierten en sistemas abiertos que ofrecen múltiples caminos para la exploración. En este sentido, la mejor manera de que los asistentes a clase desarrollen un proceso fotográfico propio es enseñarles que las posibles soluciones a un desafío visual dado pueden ser infinitas y que, por eso mismo, han de buscar la suya propia. Y que son ellos a quiénes corresponde ir descubriendo unos pocos de esos innumerables caminos para determinar cuáles encajan y se adaptan mejor a sus posibilidades, a su forma de ser, a sus deseos, a su visión del mundo y a sus esperanzas.
Cuestionar lo que hacemos puede servirnos precisamente para respirar otros aires, beber otras aguas e imaginar otros paisajes. También para, apoyándonos sobre nuestra querida memoria, utilizar nuevas pautas o introducir diferentes nociones en los esquemas antiguos con el fin de desarrollar una obra algo más trascendente y menos trivial. Es imposible generar otras ideas si seguimos trabajando con los mismos parámetros mentales de siempre. Además, plantearnos nuevas preguntas favorece la creación de un mayor número de conexiones neuronales en nuestro cerebro y la búsqueda de soluciones propias a las mismas ayuda al conocimiento de uno mismo en cuanto que establece un vínculo directo con nuestra naturaleza más íntima: esa que determina afinidades, manías, impulsos y rechazos. Un conocimiento que nos ayuda a crecer como fotógrafos y, a la vez, a crecer también como personas.
Un vistazo a la obra de muchos grandes maestros hace bastante evidente –pero no por ello ha de ser motivo de frustración, ni mucho menos– que seguimos fotografiando las mismas cosas de hace un siglo. Así pues, la noción de progreso es delicada y subjetiva. Cuando uno repasa la historia de la fotografía, salta a la vista que no evolucionamos tanto en relación a nuestros predecesores como respecto a nosotros mismos. La madurez de un autor no significa necesariamente que todo lo que produzca sea único y excelso, sino que sabe lo que hace, es decir, entiende las causas, sus verdaderas motivaciones y el papel que juega lo realizado dentro de su entramado creativo. En definitiva: sabe de dónde viene y hacia dónde puede dirigirse.
Estoy convencido de que dentro de 200 años habrá nuevas herramientas, pero en muchos rincones de este mundo habrá fotógrafos que seguirán haciéndose las mismas preguntas. Por eso una de las tareas del profesor será precisamente enseñar a los estudiantes a plantearse las preguntas correctas.
(Este artículo se publicó en la web de AlbedoMedia como parte de la serie “Notas para meditar sobre la enseñanza fotográfica”)